jueves, 18 de septiembre de 2008

UN ARTICULO DEL BUEN CARLOS YUSTI

Instrucciones para convertirse en un artista postmoderno

Carlos Yusti
Domingo, 16 de marzo de 2003

“Me siento avergonzado de muchas obras de arte actual”
E. Gombrich

En el complejo mundo del arte actual (postmoderno y neoliberal para darle una etiqueta para aquellos preocupados por clasificaciones sumarias y síntesis rotundas) el mercado artístico, el cual engrana en su enrevesada relojería a Museos, galerías privadas, bienales, casas de subasta y cualquier empresario japonés con veleidades de mecenas tardío, ha creado eso del “Artista profesional”. Aunque el concepto se fue cocinando mucho antes con la creación de la Historia del Arte, y perpetrado por reputados profesores universitarios(alemanes, ingleses y franceses) adquiere su perfil decimonónico durante el siglo XIX y las primeras décadas del siglo XX.

Los grandes artistas clásicos, archivados por la historiografía del Arte, no eran profesionales de arte, en el sentido subrayado el término, y aunque vivían de su arte para sus contratadores y mecenas como príncipes, reyes y prelados eran artesanos, muy dotados, pero en la misma escala de los pajes, sirvientes y cocineros.

Con la modernidad los artistas trataron de no sólo de sobrevivir a través de su trabajo artístico, sino de labrarse una reputación artística tan importante como cualquier otra. Para ello primero trató de romper con los viejos arquetipos de la pintura y la escultura clásica:

Perspectiva y formas que buscaban la perfección y la belleza. Luego cuestionó los parámetros inamovibles de la belleza como herencia griega y por último se asomó a la ventana y miró más allá de su estudio y comprendió que aparte de artista sería un cuestionador consumado de la sociedad con sus falaces dogmas y sus desmagializadas normativas. Entonces el artista también asume la vanguardia como ideario estético y político. Ser vanguardista era ir al ritmo de lo nuevo, de todo aquello que abría fisuras en la dura corteza de las conciencias cortesanas del momento.

Con el transcurrir del tiempo el arte de la modernidad se tornó rutinario y fue empaquetado en los museos de arte moderno. El artista adquirió cierto status de prestigio. Ya no era una tara ni una vergüenza para las familias que alguno de sus miembros se inclinara por la pintura, la música o la literatura. El atentado de los modernistas rindió sus frutos, pero su producto estético se anquilosó muy rápido, se asfixió en una parafernalia de importancia que se volvió indigesta para los artistas posteriores.

El artista contemporáneo olfateó enseguida que era su oportunidad. Retomó algunas banderas enarboladas por los modernos y perpetró nuevos atentados estéticos, dándole preeminencia al feísmo, la no-obra, el arte efímero etc. Su artillería no es ahora contra los prejuicios estéticos de la sociedad (tanto legos como estudiosos),

sino contra el arte en general como icono de triunfo e institución o como lo escribe con gran acierto José Luis Pardo: “...podría decirse que se llega a ser artista contemporáneo a través de una carrera sembrada de "atentados simbólicos" que, ahora, ya no se dirigen contra el orden establecido de la representación (puesto que cada vez está menos claro que haya un orden de este tipo o en qué consiste) sino precisamente contra el arte como institución, entre cuyos muros medio demolidos vive a su pesar el artista contemporáneo, tomado por lo que precisamente ya no quiere ser, o sea, ornamento de un poder público o recremento de poderes privados. Testimonio de ello son los sucesivos y concurrentes intentos de negación de la voluntad artística —el artista contemporáneo, a diferencia del moderno, no quiere ser artista o autor— o la pretensión de disolver la categoría misma de obra (creando productos visuales que no sean "cuadros" susceptibles de ser conservados en museos, productos sonoros que no sean "canciones" susceptibles de ser repetidas o reproducidas...”

El éxito de los contemporáneos tampoco tuvo los resultados esperados y para que el arte no sea guardado en los Museos de arte contemporáneo viene el Megamercado del arte al rescate. Hoy el arte parece una fiesta costosa de moda y encanto.

Con la postmodernidad, no resuelta ni finiquitada del todo, el “Vale todo” se abre paso a dentelladas y conceptos como “musa”, “inspiración”, “naturaleza” se ahuecan y el arte se convierte en una actividad pensada donde muy pocas cosas se dejan al azar y a la intuición, aunque a primera vista las obras den la sensación de azaroso y fortuito. Y aunque estos nuevos “terroristas”, hay algunos que son verdaderos magnates profesionales, el artista fragua su no-obra ejerciendo otros oficios muy rentables. Ya no se dedica en intenso a su arte, sino que trabaja como Dios manda y viste como yuppie. Aunque algunos andan en volandas de una bienal a otra, de una beca o otra, su actitud estética ante la vida ha cambiado de manera significativa. Muchos resultan, a la postre, divas insufribles. Otros tratan de justificar sus obras con una verborrea especializada. Otros se valen de las nuevas tecnologías. No obstante muchas obras son sólo propuestas transitorias, obras que no será fácil guardar en museos o en la casa de algún adinerado coleccionista. Obras que no logran sintonizar con la sensibilidad del espectador que las observa con mucho recelo. A pesar de esto me permito algunas instrucciones para convertirse por los 15 minutos reglamentarios en un artista postmoderno:

1. No es imprescindible que sepa dibujar o pintar. Tampoco son necesario estudios de arte de ningún tipo. Agallas. Sólo agallas y caradurismo.

2. Lo suyo es el arte objetual, el efímero, la instalación, el video-Art., el body-Art., la no-pintura y cualquier expresión de nuevo cuño que ande en boca de curadores y galerista. Todo esto para que no descubran su ignorancia a la hora de manejar los pinceles o de vérselas con el lienzo en blanco.

3. Asuma un tema determinado como Rolando Peña (el petróleo), Javier Téllez (la locura y el manicomio), Miguel Von Dangel (los animales disecados).

4. Incorpore a sus obras computadoras y cualquier cacharro tecnológico. Es que no falla.

5. Busque un buen patrocinante, alguna galería, gánese una beca o conviértase en chupemedia descarado de las instituciones culturales del Estado para que lo envíen al exterior. Váyase a Japón, Nueva York o Alemania, luego regrese y muestre que aprendió de su turismo artístico. Refrite todo.

6. Cada vez que lo entrevisten hable como un semiólogo. O sea enrevesado y con una terminología rebuscada.

7. Todo en materia artística es aprovechable. Disecar animales, pintarse el cuerpo, realizar una danza ritual de los autóctonos de Sudan, colocar árboles en las paredes o carteles de publicidad. No perdone ninguna tendencia y fusile lo más que pueda.

8. No tenga prurito ni escrúpulo alguno en apropiarse del trabajo de sus otros colegas tanto del patio ocal como extranjero. Si está en una dependencia pública promocioné su obra y deje al margen a los demás artistas.

10. tenga en cuenta lo escrito por Félix de Azúa: “El arte contemporáneo es nuestro arte porque no cree en nada, no espera nada, no aspira a nada, no se propone nada, es nada, quiere ser nada, sólo puede querer ser nada, y se expresa como una nadería que baila

graciosamente sobre la nada de un abismo al que contempla con el desprecio de los temerarios (no de los valientes), a semejanza de los adolescentes mudos, bañados de sudor y resignación, que se agitan en enormes recintos con el suelo alfombrado de psicotrópicos. Allí construyen el instante de la entrega, lo único memorable de una semana devorada por la inutilidad. Y también están en el espejo del arte contemporáneo, detenidos en su éxtasis estoico.”

El artista postmoderno (o de estos aciagos días) debe arrancar del espectador expresiones tales como: “Esto lo hace mi hijo de tres años”, “Con Miarte tengo”, “Coño, ahora a toda mierda lo llaman arte”, “Pero a donde hemos llegado, a cualquier basura la llaman arte y de paso quieren venderla”. Que el espectador carezca de una estructura humanística, mental y cultural apropiada para distinguir una obra de arte de lo que puede ser una falacia, un camelo o una tomadura de pelo, no es culpa del artista. Además La obra de arte actual parece responder a otros parámetros donde el juego y la parodia se dan la mano. No obstante no responde al azar, o el instinto, aunque los artistas la hagan de locos fellinianos. Tampoco es una entidad para especialistas, sino una propuesta para el transeúnte y para el hombre común que vive el presente como una aventura azarosa.

El arte más que especialistas busca fanáticos, busca adeptos entusiastas. Por supuesto que en este carnaval estético de moda, pompa y circunstancia logran colearse los estafadores y toderos de siempre, pero eso es también un reto para el artista de pelaje verdadero y para el espectador que trata de salir del foso de sus ignorancias y prejuicios.

Más que abrir los ojos el arte actual pide a gritos que el espectador abra su mente y su sensibilidad, no para dejarse conmover, sino más bien para participar del acto creador como un artista más.

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