jueves, 18 de septiembre de 2008

UN ARTICULO DEL BUEN CARLOS YUSTI

Instrucciones para convertirse en un artista postmoderno

Carlos Yusti
Domingo, 16 de marzo de 2003

“Me siento avergonzado de muchas obras de arte actual”
E. Gombrich

En el complejo mundo del arte actual (postmoderno y neoliberal para darle una etiqueta para aquellos preocupados por clasificaciones sumarias y síntesis rotundas) el mercado artístico, el cual engrana en su enrevesada relojería a Museos, galerías privadas, bienales, casas de subasta y cualquier empresario japonés con veleidades de mecenas tardío, ha creado eso del “Artista profesional”. Aunque el concepto se fue cocinando mucho antes con la creación de la Historia del Arte, y perpetrado por reputados profesores universitarios(alemanes, ingleses y franceses) adquiere su perfil decimonónico durante el siglo XIX y las primeras décadas del siglo XX.

Los grandes artistas clásicos, archivados por la historiografía del Arte, no eran profesionales de arte, en el sentido subrayado el término, y aunque vivían de su arte para sus contratadores y mecenas como príncipes, reyes y prelados eran artesanos, muy dotados, pero en la misma escala de los pajes, sirvientes y cocineros.

Con la modernidad los artistas trataron de no sólo de sobrevivir a través de su trabajo artístico, sino de labrarse una reputación artística tan importante como cualquier otra. Para ello primero trató de romper con los viejos arquetipos de la pintura y la escultura clásica:

Perspectiva y formas que buscaban la perfección y la belleza. Luego cuestionó los parámetros inamovibles de la belleza como herencia griega y por último se asomó a la ventana y miró más allá de su estudio y comprendió que aparte de artista sería un cuestionador consumado de la sociedad con sus falaces dogmas y sus desmagializadas normativas. Entonces el artista también asume la vanguardia como ideario estético y político. Ser vanguardista era ir al ritmo de lo nuevo, de todo aquello que abría fisuras en la dura corteza de las conciencias cortesanas del momento.

Con el transcurrir del tiempo el arte de la modernidad se tornó rutinario y fue empaquetado en los museos de arte moderno. El artista adquirió cierto status de prestigio. Ya no era una tara ni una vergüenza para las familias que alguno de sus miembros se inclinara por la pintura, la música o la literatura. El atentado de los modernistas rindió sus frutos, pero su producto estético se anquilosó muy rápido, se asfixió en una parafernalia de importancia que se volvió indigesta para los artistas posteriores.

El artista contemporáneo olfateó enseguida que era su oportunidad. Retomó algunas banderas enarboladas por los modernos y perpetró nuevos atentados estéticos, dándole preeminencia al feísmo, la no-obra, el arte efímero etc. Su artillería no es ahora contra los prejuicios estéticos de la sociedad (tanto legos como estudiosos),

sino contra el arte en general como icono de triunfo e institución o como lo escribe con gran acierto José Luis Pardo: “...podría decirse que se llega a ser artista contemporáneo a través de una carrera sembrada de "atentados simbólicos" que, ahora, ya no se dirigen contra el orden establecido de la representación (puesto que cada vez está menos claro que haya un orden de este tipo o en qué consiste) sino precisamente contra el arte como institución, entre cuyos muros medio demolidos vive a su pesar el artista contemporáneo, tomado por lo que precisamente ya no quiere ser, o sea, ornamento de un poder público o recremento de poderes privados. Testimonio de ello son los sucesivos y concurrentes intentos de negación de la voluntad artística —el artista contemporáneo, a diferencia del moderno, no quiere ser artista o autor— o la pretensión de disolver la categoría misma de obra (creando productos visuales que no sean "cuadros" susceptibles de ser conservados en museos, productos sonoros que no sean "canciones" susceptibles de ser repetidas o reproducidas...”

El éxito de los contemporáneos tampoco tuvo los resultados esperados y para que el arte no sea guardado en los Museos de arte contemporáneo viene el Megamercado del arte al rescate. Hoy el arte parece una fiesta costosa de moda y encanto.

Con la postmodernidad, no resuelta ni finiquitada del todo, el “Vale todo” se abre paso a dentelladas y conceptos como “musa”, “inspiración”, “naturaleza” se ahuecan y el arte se convierte en una actividad pensada donde muy pocas cosas se dejan al azar y a la intuición, aunque a primera vista las obras den la sensación de azaroso y fortuito. Y aunque estos nuevos “terroristas”, hay algunos que son verdaderos magnates profesionales, el artista fragua su no-obra ejerciendo otros oficios muy rentables. Ya no se dedica en intenso a su arte, sino que trabaja como Dios manda y viste como yuppie. Aunque algunos andan en volandas de una bienal a otra, de una beca o otra, su actitud estética ante la vida ha cambiado de manera significativa. Muchos resultan, a la postre, divas insufribles. Otros tratan de justificar sus obras con una verborrea especializada. Otros se valen de las nuevas tecnologías. No obstante muchas obras son sólo propuestas transitorias, obras que no será fácil guardar en museos o en la casa de algún adinerado coleccionista. Obras que no logran sintonizar con la sensibilidad del espectador que las observa con mucho recelo. A pesar de esto me permito algunas instrucciones para convertirse por los 15 minutos reglamentarios en un artista postmoderno:

1. No es imprescindible que sepa dibujar o pintar. Tampoco son necesario estudios de arte de ningún tipo. Agallas. Sólo agallas y caradurismo.

2. Lo suyo es el arte objetual, el efímero, la instalación, el video-Art., el body-Art., la no-pintura y cualquier expresión de nuevo cuño que ande en boca de curadores y galerista. Todo esto para que no descubran su ignorancia a la hora de manejar los pinceles o de vérselas con el lienzo en blanco.

3. Asuma un tema determinado como Rolando Peña (el petróleo), Javier Téllez (la locura y el manicomio), Miguel Von Dangel (los animales disecados).

4. Incorpore a sus obras computadoras y cualquier cacharro tecnológico. Es que no falla.

5. Busque un buen patrocinante, alguna galería, gánese una beca o conviértase en chupemedia descarado de las instituciones culturales del Estado para que lo envíen al exterior. Váyase a Japón, Nueva York o Alemania, luego regrese y muestre que aprendió de su turismo artístico. Refrite todo.

6. Cada vez que lo entrevisten hable como un semiólogo. O sea enrevesado y con una terminología rebuscada.

7. Todo en materia artística es aprovechable. Disecar animales, pintarse el cuerpo, realizar una danza ritual de los autóctonos de Sudan, colocar árboles en las paredes o carteles de publicidad. No perdone ninguna tendencia y fusile lo más que pueda.

8. No tenga prurito ni escrúpulo alguno en apropiarse del trabajo de sus otros colegas tanto del patio ocal como extranjero. Si está en una dependencia pública promocioné su obra y deje al margen a los demás artistas.

10. tenga en cuenta lo escrito por Félix de Azúa: “El arte contemporáneo es nuestro arte porque no cree en nada, no espera nada, no aspira a nada, no se propone nada, es nada, quiere ser nada, sólo puede querer ser nada, y se expresa como una nadería que baila

graciosamente sobre la nada de un abismo al que contempla con el desprecio de los temerarios (no de los valientes), a semejanza de los adolescentes mudos, bañados de sudor y resignación, que se agitan en enormes recintos con el suelo alfombrado de psicotrópicos. Allí construyen el instante de la entrega, lo único memorable de una semana devorada por la inutilidad. Y también están en el espejo del arte contemporáneo, detenidos en su éxtasis estoico.”

El artista postmoderno (o de estos aciagos días) debe arrancar del espectador expresiones tales como: “Esto lo hace mi hijo de tres años”, “Con Miarte tengo”, “Coño, ahora a toda mierda lo llaman arte”, “Pero a donde hemos llegado, a cualquier basura la llaman arte y de paso quieren venderla”. Que el espectador carezca de una estructura humanística, mental y cultural apropiada para distinguir una obra de arte de lo que puede ser una falacia, un camelo o una tomadura de pelo, no es culpa del artista. Además La obra de arte actual parece responder a otros parámetros donde el juego y la parodia se dan la mano. No obstante no responde al azar, o el instinto, aunque los artistas la hagan de locos fellinianos. Tampoco es una entidad para especialistas, sino una propuesta para el transeúnte y para el hombre común que vive el presente como una aventura azarosa.

El arte más que especialistas busca fanáticos, busca adeptos entusiastas. Por supuesto que en este carnaval estético de moda, pompa y circunstancia logran colearse los estafadores y toderos de siempre, pero eso es también un reto para el artista de pelaje verdadero y para el espectador que trata de salir del foso de sus ignorancias y prejuicios.

Más que abrir los ojos el arte actual pide a gritos que el espectador abra su mente y su sensibilidad, no para dejarse conmover, sino más bien para participar del acto creador como un artista más.

domingo, 1 de junio de 2008

LA MATANZA DE LOS SIMPLES
(ÓLEO - EN PROCESO)
GUSTAVO RICO NAVARRO


AUTORRETRATO
(ÓLEO)
GUSTAVO RICO NAVARRO






DAMITA EN VERDE
(ÓLEO)
GUSTAVO RICO NAVARRO
EL OFICIO COMO PATRIMONIO
OBLIVIO PAUPERTATIS PARENS
Por: Gustavo Rico Navarro


I. El cliché como factor humano

Quienes emprenden el ejercicio de las artes plásticas experimentan, sobre su producción estética, el efecto de ciertos clichés que dan por indiscutibles algunos relatos.

Por acción del tiempo, dichos relatos se dejan de analizar y pierden claridad al separarse de las ideas que los sustentan generando juicios de valor que predeterminan concepciones generales.

Así aparecen “sistemas de actitudes y predisposiciones que no son racionales, aunque quizá lo fueron alguna vez, pero que tienen enorme fuerza porque son tradicionales”[1].
Son ideas, opiniones, creencias, marcadas con un fuerte signo social: el consenso”[2], y constituyen lo que se puede llamar la “mentalidad general” que es la estructura de la comunidad de la cual emerge cualquier creación política, social, cultural, artística y demás.

Dentro de la mentalidad general se halla, al lado de las ideas sistemáticas, un enorme caudal de ideas poco susceptibles al análisis riguroso; son estas, por lo general, relativamente más simples, pues se refieren a problemas comunes e inmediatos.

Aunque las ideas fundacionales de una tendencia expresiva son forjadas de modo racional por las élites, su proceso de esparcimiento gradual las modifica a través de procesos históricos largos y complejos que no son explicables enteramente si se toman en cuenta sólo las doctrinas en boga.
El elemento humano desfigura esas ideas y constituye la mentalidad general.

La adhesión a ciertas expresiones que revisten a las ideas se convierte entonces en adhesión al grupo de quienes han gestado esas ideas. Es un factor de pertenencia que permite a los individuos acoplarse a determinado grupo social revistiéndose de un prejuicio aceptado en círculos ya no tan eruditos.

Esos prejuicios han influido también sobre el mundo de las artes plásticas, y aunque no en todos los casos son compartidos por el grueso de la colectividad, si caracterizan a los círculos propiamente artísticos. Sucede de manera similar en todos los periodos históricos en los que circulan libremente nociones de todo tipo y procedencia cultural que influyen en el ámbito de la creación.

Es claro que el campo de la creación no es la consecuencia mecánica de una época; ni simplemente un resultado predeterminado por las estructuras dadas; no obstante, toda creación nace en el seno de estructuras y épocas, lo que implica la posibilidad de escisión o adhesión.

Dichas ideas prejuiciosas vienen tanto del modo en que se aborda el pasado[3]como de problemas teóricos; produciéndose lo que Gombrich ha dado en llamar la “falacia fisiognómica”, la cual es esa tendencia a ver el pasado en términos de lo que suponemos su estilo típico.

Entendida la mentalidad como un proceso de esparcimiento gradual de las ideas, es fácil comprender cómo se acoplan esas ideas a la colectividad partiendo de su divulgación que se ejecuta materialmente en la educación[4].

Cabe entonces preguntarse si existe algún grado de falacia fisiognómica que configure las nuevas actitudes o la mentalidad general de lo que es hoy la enseñanza de las artes plásticas en un país como Colombia que se halla mayoritariamente aislado del circuito artístico internacional.
Es decir: el presente ensayo realiza la crítica a ciertos factores que determinan la génesis de nuestro arte contemporáneo.


II. La falacia fisiognómica en las artes plásticas colombianas

Sólo hasta tiempos muy recientes se puede decir que las artes plásticas colombianas han realizado propuestas autónomas que no son equivalencias traducidas de tendencias extranacionales sino propuestas más personales. (Grau, Botero, Obregón). Pero en términos generales, se puede decir que las artes plásticas colombianas siguen siendo un producto colonial o, mejor aún, producto de colonizados vergonzantes.

Ello se evidencia cuando se revisan muchos de los prejuicios que hoy rigen la educación artística nacional y se descubre que las razones últimas que se esbozan para justificar el esquema general de educación artística de las facultades de arte se sitúan en otra historia y circunstancias.

La siguiente enumeración registra aspectos que configuran esa mentalidad general que, por su naturaleza, impide una visión histórica más próxima a lo que ha sido la realidad de los creadores plásticos en Colombia.

1. Durante el renacimiento y el barroco la lucha de los artistas en la sociedad jerárquica que los rodeó, era lograr que la pintura fuera declarada arte liberal y no arte mecánica lo cual validaba su derecho al ascenso social.

Para que eso fuera posible, algunos artistas crearon las academias (instituciones para la formación intelectualizada de los creadores plásticos), en contraposición a los talleres de origen medieval, los cuales se consideraron más propios de las actividades de las artes mecánicas. Y aunque siguieron regidos por los gremios de pintores, su impulso hacia la total aceptación social fue contundente.

En la actualidad, con el fin de obtener una validación social e intelectual semejante, se demeritan aspectos de la profesión artística que por su naturaleza sólo pueden ser manuales.

2. Los gremios de pintores controlaban la formación de los artistas, la correcta producción de pinturas, el adecuado manejo, distribución de materiales y otorgaban las licencias de trabajo para los pintores que pasaran sus rigurosos exámenes. La revolución francesa y el liberalismo económico abolieron dichos gremios y, en consecuencia, las academias de pintura se encumbraron, durante casi más de un siglo.

Por primera vez, en mucho tiempo, los pintores europeos carecen de sus habituales clientes: la iglesia y la nobleza; ello permite que se revalúen muchos de los temas y formas que abundaban en cuadros y esculturas.

3. La academia francesa de pintura del siglo XIX crea, con Bouguereau, Gerome y otros maestros, medios rigurosísimos de educación para artistas que poseen el único defecto de producir resultados artísticos muy próximos. (V.Gr: la cartilla de “dibujo al tamaño” de Charles Bargue). El gran éxito de esos métodos cae en descrédito con el impulso del impresionismo, aunque en la actualidad resurgen con vigor en Europa y Norteamérica.

4. La noción de autonomía del artista y del arte se incrementa con el pensamiento romántico en el siglo XIX y la aparición de la estética de Hegel. De allí proviene lo que, con cierta ligereza, podría llamarse el mito del artista incomprendido, ultramundano y metafísico.

5. La revolución industrial y los métodos de pintura rápida nacidos en el impresionismo, emancipan definitivamente al artista de los rigores a que se debía para la construcción de sus materiales artísticos, permitiéndole asumir toda suerte de caprichos técnicos que ocasionaron serias variantes formales, las cuales (impulsadas por la aparición de la fotografía que libera las artes occidentales de la obligación de la mimesis) terminaron traduciéndose en movimientos como el expresionismo y el abstraccionismo.

Esto es, el artista toma conciencia de que el elemento formal per se tiene validez estética pues ya no depende de su proximidad respecto al modelo o tema.

6. El proceso de los ismos del arte moderno se inspira de lleno en la dialéctica hegeliana pues el filósofo refiere que el arte es simplemente la vía hacia lo absoluto y que, como esa meta es lo fundamental, entonces los estilos, los oficios artísticos e incluso las sociedades a las cuales se debería dirigir la obra son simples elementos de los cuales se puede prescindir sin temor.

En otras palabras: “El arte es preparación para la realización de la Idea o Espíritu Absoluto. Por lo que la potencia de la imagen pictórica, la forma escultórica o el sonido musical es un momento provisional en el devenir dialéctico hacia la plasmación del ser en el orden del concepto o pensamiento”[5]

7. La segunda guerra mundial crea equivalencias según las cuales ciertas facetas del arte realista obedecen a intereses de regímenes comunistas o fascistas y, en todo caso, reaccionarios respecto a la exploración del arte de vanguardia de Europa occidental y Norteamérica. Finalizada la segunda guerra, Colombia queda bajo la influencia política y cultural de Norteamérica; es decir, renueva su condición colonial.

De la mano de dicha coyuntura histórica, toman gran eco entre los círculos artísticos nacionales juicios según los cuales el artista:

- Debe abandonar preferiblemente al aspecto manual en aras de refinar su intelectualización.

- Debe ser original y no seguir reglas. Pues las reglas castran la creatividad.

- No debe ser académico sino permanecer siempre a la vanguardia pues el sentido hegeliano de la indagación plástica es la que siempre marca el futuro de las artes.

- Debe concentrarse en lo conceptual y no en lo sensual pues su objetivo son las ideas (lo absoluto) y no la “belleza servil”. Pero dichas ideas deben estar libres de anécdotas para tener validez plástica.

- Debe ser testimonio de su época, y al igual que los creadores europeos que vieron los horrores de las guerras mundiales deben denunciar el horror en sus obras.

- Preferiblemente, debe presentar ideas que resulten progresistas y denuncien el status quo

Acompañando lo anterior, aparece una falacia fisiognómica en la cual el círculo artístico imagina que los artistas que han trabajado en este territorio han padecido a regañadientes de la censura de la iglesia inquisidora, que se han hastiado de la representación de toda una época mimética en la que se dependía de modelos ideales como Rafael, Miguel Ángel, Tiziano y los griegos; y que fueron terriblemente oprimidos por nefastas academias novecentistas que nunca tuvieron inquietudes respecto a aquello que era “verdaderamente” artístico. Siendo luego liberados, falsamente, por una pintura anecdótica e izquierdista que murió con las inquietudes de su tiempo; pero que renace de una vez por todas con un internacionalismo estético que nos ha permitido acceder a prestigiosos eventos institucionales de carácter internacional como la Documenta de Kassel en Alemania y la Bienal de Venecia. Se evidencia entonces el juicio según el cual vivir las mismas etapas del arte de otras latitudes y llegar a su misma conclusión legitima nuestro proceso.

La falacia fisiognómica se demuestra como tal si se observa que en Colombia no existieron, durante el periodo colonial, rebeliones artísticas anticlericales porque simplemente esas inquietudes no estaban presupuestadas dentro del pensamiento de los creadores de ese momento. Curiosamente, algunos autores han hallado gran facilidad en demeritar los logros artísticos de creadores como Vásquez Ceballos argumentando que su producción es artesanal, por ser irregular y repetitiva[6] o, peor aún, porque el temperamento de Vásquez no fue contestatario como el de los artistas de vanguardia del siglo XX y porque los artistas que lo rodearon e imitaron nunca tuvieron el afán de la originalidad.

En la historia de Colombia no hay un renacimiento del cual hastiarse y no es abundante la producción barroca salvo la que se halla en algunos templos y casonas del siglo XVII ubicados en ciudades de importancia neogranadina como Tunja, Popayán y Bogotá.

Tampoco existe en nuestra historia una academia novecentista asfixiante pues el único artista que dirigió una institución semejante fue Garay, alumno de Bouguereau, quien en poco tiempo, cedió su dirección a creadores de avanzada como Andrés de Santamaría o a impresionistas consumados como Acevedo Bernal. Pero dicha institución nunca contó con la infraestructura colosal de la academia francesa ni menos aún con su maquinaria burocrática para domar artistas. Es decir, fue una academia rigurosa cuyo efecto se limita al de cualquier humilde escuela de arte sobre los provincianos que a ella acuden.

Actualmente, se alienta a los creadores noveles en Colombia a mostrar la realidad de un país en guerra mediante los mismos argumentos estéticos de los artistas alemanes que presenciaron las dos guerras mundiales, quienes denunciaron el horror de las matanzas con lo antiestético. O quizá se sugiere a los hambrientos creadores nacionales que denuncien el consumismo con los mismos argumentos estéticos de un norteamericano acosado por el hartazgo. Dicha falacia fisiognómica revela que incluso para ser rebeldes nos determina el ser colonial.

No buscar validar nuestra creación en el espejo de los otros ni en su importantísimo transcurrir nos convierte en un mundo amplio en el que culturalmente todas las posibilidades plásticas están abiertas.

¿Cómo solucionar la falacia fisiognómica?

III. Propuesta

Es innegable que el ciclo de las artes contemporáneas de vanguardia, que se funda en la renuncia como fuente de exploración estética, goza en este momento de su mayor florecimiento académico e institucional; su amplia aceptación social y comercial revela que se ajusta a la coyuntura del actual ciclo cultural. Luego, dicho ciclo goza de mucha vigencia (impulsada hoy por nuevas tecnologías) lo cual no quiere decir que cumpla su función histórica de modo satisfactorio debido, justamente, a las falacias fisiognómicas.

Suponer la proximidad de un nuevo ciclo de las artes es prematuro pero nunca innecesario, toda vez que el presente ensayo propone confrontar las falacias fisiognómicas y los clichés creando las condiciones para no ser determinados por el olvido ni por la ausencia de criterios para importar soluciones estéticas.

Posiblemente, la forma más inteligente de deshacer esos clichés históricos es fomentando aun más la multiplicidad de las fuentes de nuestros artistas. Es decir, incluyendo en nuestra historia artística el elemento de la continuidad.

La historia de la enseñanza de las artes plásticas en Colombia no es un ejemplo de aquello que entenderíamos como “memorioso” o persistente. De hecho, la pintura colonial carece de continuidad, lo mismo ocurre con el academicismo de Garay, con el impresionismo de Merrit Chase traído por Acevedo Bernal, otro tanto sucede con la pintura sacra del padre Páramo, con la pintura mural nacionalista de inspiración mexicana de Pedro Nel Gómez y Acuña, con la talla en madera de Ramón Barba y con algunas de las reflexiones abstraccionistas que, en su tiempo, fueron causa común de todos los artistas.

No resulta fácil imaginar que la pintura cosmopolita inaugurada en Colombia por Botero, Grau y Obregón vaya a ser fácilmente desplazada por las instalaciones y performances y estos, a su vez, por el arte electrónico y el arte de violencia de exportación. Pero la historia nacional de lo que sucede al interior de las academias de arte, parece contradecir la confianza en la memoria de las generaciones futuras.

Sería mejor oponer al axioma: “las reglas castran la creatividad y eliminan la originalidad”; axiomas más inteligentes según los cuales: “las reglas mutilan la ignorancia” y “la creatividad no se da por ausencia sino por abundancia de referentes”.

Con ello, los futuros creadores contarían con lugares de aprendizaje mucho más pluralistas que los actuales espacios caracterizados menos por la implementación de elementos conducentes a la adquisición de una disciplina del conocimiento que por la difusión de una doctrina estética particular.

Para perder el miedo a eso que los estetas radicales entenderían como un paso atrás, basta con aclarar que el objeto de estudio de las artes plásticas es la imagen y que el objetivo de toda imagen artística es la coherencia entre los elementos formales y los elementos de contenido; en consecuencia si el objetivo es coherencia el resto es coyuntura por lo que no es necesario asustarse tanto por haber leído alguna opinión inteligente de los sepultados profetas de la muerte del arte.

El amplio panorama de una academia en la cual quepan diferentes doctrinas estéticas da cabida a un pluralismo que no es unidireccional, y en el cual todas las propuestas caben, incluida la del libre desarrollo de la personalidad pues no todos querrán estar a la vanguardia, ni todos amarán la retaguardia[7].

Existe el material humano para promover una propuesta semejante, si se observa lo que sucede por fuera de los salones oficiales y facultades universitarias. Allí, en esos espacios externos, se vuelven a hallar maestros de todo tipo de tendencias: personas seriamente interesadas en retomar el muralismo, pintores de técnica impresionista, y retratistas académicos. Todos los anteriores con un elemento común:
La ausencia de espacios para la discusión académica y la proyección de sus propuestas artísticas a las generaciones venideras.

De ello se puede argumentar, con algún nivel de acierto, que la actual situación se debe a que en las artes, como en tantas disciplinas humanas, existen ciclos concluidos y cambios de ideas que determinan las decisiones colectivas. No obstante, las aseveraciones de que existen ideas concluidas en las artes sólo pueden obedecer a temperamentos dogmáticos o simplemente perezosos y ahogados por falacias fisiognómicas[8].

Aunque existen espacios minúsculos de conservación del oficio tradicional a cargo de restauradores y museos; los estudiosos del patrimonio cultural enfatizan una visión que propende por la conservación y restauración de las obras, omitiendo, no sin consecuencias, lo referente a la protección de las disciplinas artísticas que han permitido la creación de objetos estéticos que son tesoro de todos los tiempos y de todos los pueblos.

Una visión de patrimonio cultural que no limita su protección a las obras sino que extiende su propuesta al rescate de la disciplina que las genera posee una mayor universalidad respecto a lo que debe ser entendido como “patrimonio”.

Es decir, la protección del oficio es tan importante como el resguardo de las obras, pues resulta más sencillo esperar que el oficio artístico genere cuadros a suponer lo inverso.

La conservación de esos modos de construcción de obras no halla un espacio específico para su florecimiento en los institutos de restauración ni en el esquema actual de las academias de artes visuales en Colombia.

El propósito de los restauradores de arte es la conservación de lo creado y no la difusión y estudio del método de creación.

Las actuales facultades de artes buscan que sus estudiantes logren la creación no a partir de un oficio sino a partir de la elección libérrima de unos elementos formales que nacen de una necesidad conceptual. Podría suponerse, entonces, una divergencia de propósitos.

La inclusión del oficio tradicional generaría buenos dividendos para los restauradores quienes ganarían al cualificar su intervención sobre la obra al reconocer los medios y propósitos del creador; igual sucedería con las facultades de arte pues, al renunciar a la visión “ultraconceptualista”, llegarían a la consideración elemental de que el oficio artístico forma parte fundamental tanto de la vida espiritual del artista como de la historia del arte mismo, adquiriendo además un sinfín de herramientas visuales provenientes de un oficio que es, en sí mismo, medio de indagación estética.

Teniendo en cuenta que las universidades de la región no contemplan, dentro de sus programas, el estudio de las técnicas antiguas de pintura y escultura y ante el hecho de que los programas gubernamentales de fomento de las artes no conservan un adecuado equilibrio entre innovación y tradición, volcándose a favorecer las expresiones más innovadoras de lo visual, se puede aseverar que hemos dejado el legado de las obras pictóricas y escultóricas antiguas bajo la tutela de la nada.

Cabe suponer que sería un gran acierto crear espacios que permitan un desarrollo riguroso del conocimiento del oficio artístico antiguo, no sólo para la investigación y difusión de resultados sino como un sano experimento que permitiría a los artistas del futuro contar con las herramientas que el paso del tiempo ha dejado a la humanidad.

Andrea Alciati el famoso escritor del siglo XVI escribió en uno de sus emblemas: Oblivio Paupertatis Parens (El olvido es padre de la pobreza); esta frase sencilla invita a pensar que una sociedad madura sólo es posible cuando se atreve a acumular su conocimiento en una memoria reflexiva que no teme mirar lo tradicional ni se espanta ante el vacío del mañana. Cuando aparecen fanatismos innovadores, como en las artes plásticas, suele olvidarse que la amnesia es tan poco progresista como la aversión a la novedad.

En una de sus cátedras, el maestro Germán Rubiano Caballero aseveró sabiamente:
“El arte moderno ha sido extremadamente rico,…
pero lo sería diez veces más si no padeciera de mala memoria”.














[1] José Luís Romero. ESTUDIO SOBRE LA MENTALIDAD BURGUESA. P. 17
[2] Romero Op. Cit P 13
[3] Gombrich explica cómo “El historiador del arte que ve los estilos del pasado meramente como expresión de la época, la raza o la situación de clase, atormentará al artista vivo con la vacía exigencia de que se ponga a hacer lo mismo, y que exprese la esencia y el espíritu de su tiempo, raza, clase o, peor que todo de si mismo.” – MEDITACIONES SOBRE UN CABALLO DE JUGUETE- pág 153.

[4] En otras palabras: si la opinión es madre de la acción, en el control de la educación se halla el control de los actos de la sociedad; o al decir del conservador Gilberto Alzate Avendaño: un gobierno que otorgue la total libertad de educación es un padre irresponsable.

[5] Esteban Ierardo, ARTE Y FILOSOFÍA EN HEGEL. En: Diaporías, Revista de la facultad de ciencias sociales de la Universidad de Buenos Aires, número 5, noviembre 1995, Buenos Aires, pp 43.
[6] Según Simón Schama autor de “LOS OJOS DE REMBRANDT” lo mismo se dijo del creador de la “Ronda nocturna”. Pg. 90
[7] Martí escribió en sus versos libres: “Así como cada hombre trae su fisonomía, cada inspiración trae su lenguaje.”
[8] Ver artículo anexo en el que se muestra que existen facetas del aparentemente concluido arte mimético que no han sido suficientemente exploradas por los creadores.
FAUSTO
(ÓLEO)
GUSTAVO RICO NAVARRO
MOVER LA RUEDA DE LA HISTORIA

Desde el renacimiento hasta el siglo XIX, el arte occidental halló uno de sus motores más potentes en la aparición de recursos técnicos para representar, con verosimilitud estética, la realidad. La concepción volumétrica de Giotto, el claroscuro de Masaccio, la atmósfera veneciana, el sfumatto, el tenebrismo, y la composición Rubensiana, entre otros, son avances que buscaron un deliberado acercamiento a la realidad visual. La precisión academicista del siglo XIX y la aparición de la fotografía parecieron cerrar dicho ciclo estético.

Se abrió paso, luego, a valores como la autonomía de los recursos plásticos, la recuperación de la bidimensionalidad pictórica y la abstracción, la síntesis expresionista, la refutación de lo bello y el objeto estético a manos del arte conceptual. La hydra de Lerna de la estética experimental valida aportes contenidos en las obras de Duchamp, Beuys, Jeff Koons y otros maestros del siglo XX. Toda esta línea evolutiva parece lógica y deseable dentro del desarrollo estético universal, aunque resulte sospechosamente unidireccional. Los “nuevos” propósitos de aquello que hoy se bautiza como ARTE parecieron alejarse para siempre de la tradición pictórica de occidente.

El punto de quiebre de los muchos realistas figurativos desde entonces fue siempre la misma pregunta: ¿Dónde está el aporte de su obra? ¿El embeleso por la capacidad representativa, deja de lado todo aquello que dinamizaba la reflexión plástica de las artes representativas? ¿Es simplemente una tradición importante pero sin valor para la actual exploración?

Si la figuración florece en occidente de la mano de inquietudes en torno a la verosimilitud mimética cabe preguntarse hasta que punto puede nutrirse de inquietudes estéticas que son, de alguna manera, secundarias para su naturaleza. ¿Son viables nuevas inquietudes en torno a la figuración realista y no en torno al sentido hegeliano de las artes?

Al parecer, el hiperrealismo muestra una ruta afín a las inquietudes esbozadas por el mimetismo y es innegable el impulso tomado por la figuración en el siglo XX a partir de su aparición. Pero las interpretaciones esteticistas realizadas en torno al hiperrealismo quizá tengan un origen semejante a las de anteriores épocas en torno a otros movimientos miméticos. Dado que la mimesis es eminentemente comunicativa, la sociedad interpreta la aparición de esos fenómenos de acuerdo a la ideología vigente.

Podría entonces suponerse que la esterilidad de la figuración contemporánea (la cual sólo brilla por escasos pero indiscutibles talentos) se debe a que muchos creadores figurativos confunden uno de sus mas esenciales objetos de estudio al dejar de lado los aspectos de la exploración de nuevos recursos de verismo mimético y al centrar su interés exclusivamente en aspectos pertenecientes a una estética que, por su naturaleza intrínseca, se ocupa mucho más de lo simbólico que de lo visual.

Aparecen últimamente hipótesis que señalan nuevas inquietudes en torno a lo mimético que parecen volver a concentrarse en aspectos técnicos de representación:
· ¿Se diferencia la luz en los diferentes puntos del planeta?

· ¿El estudio de la expresividad del movimiento que encontramos en los griegos o en los impresionistas no halla un pequeño impulso en la obra de creadores como Nerdrum[1]?
· La fotografía demostró sus limitaciones a la hora de describir la profundidad de campo que era menor que la de la visión humana. En este mismo campo, la pintura universal presentó ciertos avances en torno a lo que, anteriormente, se llamó perspectiva menguante la cual se podría definir como la creciente indefinición de los cuerpos en la distancia. Las obras de Velásquez se hallan dentro de cierta distancia focal que puede generar un trompe oleil desde cierto punto. Igual sucede con algunas obras de Vermeer, Rembrandt, y los bodegoneros flamencos. ¿Habrá nacido el pintor capaz de unir en un mismo cuadro diferentes distancias focales al punto de engañarnos tanto en lo próximo como en lo lejano?
· La abstracción realizó un magnífico aporte en torno a la composición y los estudios cromáticos. Siendo los aspectos compositivos y cromáticos indivisibles de lo figurativo dentro de una estética mimética ¿es cierto que los aspectos de Psicología del color y composición se hallan perfectamente completados dentro del campo de estudios de lo realista figurativo?
· La perspectiva lineal renacentista nos habla de una línea de horizonte recta. La perspectiva natural que es aquella percibida de acuerdo a la esfericidad de los ojos humanos nos revela esa línea de horizonte como algo curvo. ¿Hasta dónde los pintores figurativos contemporáneos han desarrollado dichos temas?
· Richard Schmid pintor figurativo norteamericano señala que al fijar en un solo punto su objetivo, la visión humana indefine todo aquello que circunda lo definido y central. ¿Hasta qué punto la obra de este autor da testimonio de ello?

Posiblemente, observado desde este punto de vista, el riguroso periodo de formación del artista figurativo dejaría de ser observado como una desventaja en el mundo del arte, frente a la exploración estética sesuda que puede ser abordada con inteligente inmediatez por parte de creadores no figurativos; para ser observada como una plataforma necesaria para avizorar nuevos campos inexplorados en la figuración realista.

Aportar hacia el campo conceptual de las artes aparece entonces como una tarea de gran rigor intelectual, pero aportar al desarrollo de las artes figurativas resulta mucho menos fácil, toda vez que no pasan de 10 aquellos maestros reconocidos por haber realizado algún aporte de talla universal.

Sin olvidar que una perfecta obra de arte es aquella en la que se halla mayor coherencia entre los elementos formales y el contenido, cabe preguntar a los pintores figurativos actuales:
¿Habrá nacido el pintor?

Gustavo Rico Navarro
2004


[1] En “El Descendimiento” de Pontormo las figuras delanteras parecen representar las diferentes fases del giro de un solo torso; igual sucede con las dos figuras delanteras que se hallan en la zona baja de “Moisés y las hijas de Jethro” de Rosso Florentino. Personalmente, especulo que el propósito de este recurso compositivo es generar unidad en la acción al repartir en varios cuerpos la secuencia del movimiento de uno solo. El mencionado recurso parece haber sido poco usado y sobre todo escasamente estudiado por los actuales creadores.
CAMPESINA
(ÓLEO)
GUSTAVO RICO NAVARRO

LA EDUCACIÓN DEL SÁTRAPA
(ÓLEO SOBRE LIENZO)
GUSTAVO RICO NAVARRO

EL DEBER DE LA CRÍTICA

Por : Gustavo Rico Navarro


La crítica de arte debe, simplemente, explicar al creador y al espectador que la artisticidad de una obra radica en la comunión entre los elementos que constituyen la forma y el concepto.

Es decir, la elección de los elementos formales debe nacer como necesidad del contenido y, a la vez el concepto no debe surgir de la impostura del observador “intelectualizado” sino aparecer como consecuencia de un planteamiento formal; pues nada hay más triste que una obra cuyo “efecto” depende del estado de ánimo de un público “sensible”.

No basta, en consecuencia, con estar a la moda ultraartística para ser un buen creador (aunque así lo creen muchos de los asalariados de las facultades de arte) ni tampoco basta con no estar a la moda.

Es ineficiente, así mismo, denunciar la realidad punzante para que el artista pueda venderse mejor a sí mismo en alguno de los salones de “iniciados en los secretos nigromantes de la posmodernidad” ni tampoco basta con encerrarse en la torre de marfil.

No es suficiente con mirar con xenofobia de adolescente el arte del pasado, ni con el recelo hacia la exploración artística.

Si un crítico influyente es una aberración producida por el analfabetismo estético de una sociedad, es necesario que quienes enjuician la plástica abandonen su impostura papal y canonizadora, que rehúsen utilizar el lenguaje cifrado de metáforas cantinflescas para ciertos “entendidos” y que vuelvan junto a los espectadores a la humilde posición de comensales de los banquetes de la belleza.

Basta al medio cultural con restar la influencia de los críticos e incrementar la de las obras de arte para presenciar un florecimiento estético.

La plenitud de la cultura visual se logra, sencillamente, mostrando que la relación justa entre forma y contenido es la brújula que guía un sincero sentido estético.

La máxima para el estudioso del arte ha de ser:
El oficio como la búsqueda de una idea y el estilo como un fenómeno de contenido.
El arte como necesidad del creador y lo creado como necesidad del espectador

El mismo planteamiento debe guiar a los espectadores quienes pueden elegir con toda certeza estética la obra de sus preferencias, independizados de tanta superchería avantgarde y de tan conformes mandarínes de la crítica.

- El arte como necesidad del creador y lo creado como necesidad del espectador-

(2005)

LA REINA MAB Y LA CORTESANA
(ÓLEO)
- GUSTAVO RICO NAVARRO-
LA LECCIÓN DE GOYA




Majas, fusilamientos, aquelarres, inquisidores, dioses hambrientos de la carne de sus vástagos y escenas tan galantes como españolísimas constituyen un panorama de la multiforme obra de Goya. La historiografía del arte definió la variedad de su estilo como un fenómeno típicamente romántico y ríos de tinta corren en torno a su personalidad, su arte individualísimo, su libertad expresiva, su sinceridad y al acertado elogio en el que se le señala como el maestro del caos controlado.

Muchas de las cosas dichas en torno a su obra (incluso las del presente texto) quizá sean simples conjeturas teóricas de una humanidad sorprendida por el poder estético del maestro de pinturas negras y majas. No obstante, ¿Cuál es el legado artístico que ha hecho de la producción goyesca uno de los aportes significativos al arte universal? Posiblemente, baste con señalar que el aporte son las obras en si, o el desgarrador testimonio pictórico del maestro ante su época, o la renovación formal que traduce en pinturas, dibujos y grabados; o su negativa a participar de la estética prefabricada y “académica” de neoclásicos. Todas las anteriores son aseveraciones muy justas, pero limitan la visualización de dicho aporte a las circunstancias históricas bajo las cuales vivió el maestro.

Ni los imitadores más destacados de Goya como Eugenio Lucas y Leonardo Alenza logran captar en el maestro más que aquello que esta al alcance de los observadores superficiales: la técnica “abocetada” y las escenas grotescas y críticas serían el ingrediente de “alta estética” en Goya. Quedándose en la etapa creativa que consideraron artísticamente más valiosa del maestro, olvidaron la lección contenida en la totalidad de su obra… La mayoría de las personas parecen llegar a la misma conclusión de Lucas y Alenza.

En sus inicios, el maestro deja traslucir las escenas costumbristas de sus cartones para tapices en las que reina el color alegre, la luz amplia y las texturas ingrávidas del espacio bucólico de la vida de una España popular, despreocupada y amable. Es decir, se armonizan los elementos formales con el contenido propuesto en dichos cartones.

Posteriormente, surgirán las escenas macabras en las que Saturno, con ojos desorbitados y cabello desordenado, sacia su voracidad destrozando a su hijo en una escena regida por breves golpes de luz, un punto de vista bajo y una síntesis en las que el propósito es menos mimético que expresivo. En “El Aquelarre (o El Gran Cabrón)” el Goya “expresionista” conjuga una muchedumbre de brujas arremolinadas en una plasta compacta e infrahumana que se posa sobre un formato horizontal y oscuro regido por un carnero en penumbra en primer plano que personifica al maligno. Dentro de los actuales estudios de composición se suelen señalar las formas predominantemente horizontales como sinónimo de calma y estabilidad y las figuras apenumbradas en primer plano como detonantes de la sensación de intimidad (Vermeer es un ejemplo de ello) en tanto que se mencionan los golpes de luz con pincelada abierta como elementos formales del dramatismo (Las obras de Magnasco parecen mostrarlo). Sumados los elementos de aglutinamiento, pincelada sintética, oscuridad, horizontalidad y figura apenumbrada en primer plano surge el efecto estético provocado por ese grupo de monstruosas servidoras de Satán que confiadas por la presencia de su amo ignoran que las espiamos tras la espalda del Señor de la Oscuridad.

En los “Fusilamientos del tres de Mayo” Goya parece volver sobre la misma conclusión: los soldados franceses apuntan sus armas desde la zona oscura del cuadro y sus rostros no son visibles; las víctimas, por el contrario, muestran plenamente sus rostros desencajados por el terror y, en el centro, la expresión vehemente del cuerpo en equis con una luz puntual que destaca el drama que se presencia.

La luz de la calma, la luz de la tragedia; el color de la paz, el color de lo dramático; el punto de visión de lo sencillo, el punto de visión de lo colosal; la pincelada de lo cotidiano, la pincelada de lo fantasmagórico. Pululan en el corpus goyesco ejemplos similares a los anteriores en los que se testimonia no ya un maestro del caos sino un creador que verdaderamente ha meditado mucho (por lo menos en sus mejores obras) acerca de cual debe ser la función de las formas en pos del efecto estético de su contenido.

La lección de Goya no habla del arte simplemente como testimonio de una época agitada, ni de la originalidad y sinceridad del creador. Nos habla de algo infinitamente más universal y permanente: el problema del arte no es de modernidad, ni de rebelión contra el status quo, ni de mimesis académica contra expresión moderna, ni de ideas contra destrezas, es mucho mas complejo: COHERENCIA.

Coherencia entre los elementos de la forma y el contenido.
Martí escribió en sus versos libres:
“Así como cada hombre trae su fisonomía, cada inspiración trae su lenguaje.”

Y si el problema del arte es COHERENCIA el resto es coyuntura.

Y punto.

Gustavo Rico Navarro
EL TRABAJO: LA ÚNICA MUSA QUE NO ABANDONA