domingo, 1 de junio de 2008

LA LECCIÓN DE GOYA




Majas, fusilamientos, aquelarres, inquisidores, dioses hambrientos de la carne de sus vástagos y escenas tan galantes como españolísimas constituyen un panorama de la multiforme obra de Goya. La historiografía del arte definió la variedad de su estilo como un fenómeno típicamente romántico y ríos de tinta corren en torno a su personalidad, su arte individualísimo, su libertad expresiva, su sinceridad y al acertado elogio en el que se le señala como el maestro del caos controlado.

Muchas de las cosas dichas en torno a su obra (incluso las del presente texto) quizá sean simples conjeturas teóricas de una humanidad sorprendida por el poder estético del maestro de pinturas negras y majas. No obstante, ¿Cuál es el legado artístico que ha hecho de la producción goyesca uno de los aportes significativos al arte universal? Posiblemente, baste con señalar que el aporte son las obras en si, o el desgarrador testimonio pictórico del maestro ante su época, o la renovación formal que traduce en pinturas, dibujos y grabados; o su negativa a participar de la estética prefabricada y “académica” de neoclásicos. Todas las anteriores son aseveraciones muy justas, pero limitan la visualización de dicho aporte a las circunstancias históricas bajo las cuales vivió el maestro.

Ni los imitadores más destacados de Goya como Eugenio Lucas y Leonardo Alenza logran captar en el maestro más que aquello que esta al alcance de los observadores superficiales: la técnica “abocetada” y las escenas grotescas y críticas serían el ingrediente de “alta estética” en Goya. Quedándose en la etapa creativa que consideraron artísticamente más valiosa del maestro, olvidaron la lección contenida en la totalidad de su obra… La mayoría de las personas parecen llegar a la misma conclusión de Lucas y Alenza.

En sus inicios, el maestro deja traslucir las escenas costumbristas de sus cartones para tapices en las que reina el color alegre, la luz amplia y las texturas ingrávidas del espacio bucólico de la vida de una España popular, despreocupada y amable. Es decir, se armonizan los elementos formales con el contenido propuesto en dichos cartones.

Posteriormente, surgirán las escenas macabras en las que Saturno, con ojos desorbitados y cabello desordenado, sacia su voracidad destrozando a su hijo en una escena regida por breves golpes de luz, un punto de vista bajo y una síntesis en las que el propósito es menos mimético que expresivo. En “El Aquelarre (o El Gran Cabrón)” el Goya “expresionista” conjuga una muchedumbre de brujas arremolinadas en una plasta compacta e infrahumana que se posa sobre un formato horizontal y oscuro regido por un carnero en penumbra en primer plano que personifica al maligno. Dentro de los actuales estudios de composición se suelen señalar las formas predominantemente horizontales como sinónimo de calma y estabilidad y las figuras apenumbradas en primer plano como detonantes de la sensación de intimidad (Vermeer es un ejemplo de ello) en tanto que se mencionan los golpes de luz con pincelada abierta como elementos formales del dramatismo (Las obras de Magnasco parecen mostrarlo). Sumados los elementos de aglutinamiento, pincelada sintética, oscuridad, horizontalidad y figura apenumbrada en primer plano surge el efecto estético provocado por ese grupo de monstruosas servidoras de Satán que confiadas por la presencia de su amo ignoran que las espiamos tras la espalda del Señor de la Oscuridad.

En los “Fusilamientos del tres de Mayo” Goya parece volver sobre la misma conclusión: los soldados franceses apuntan sus armas desde la zona oscura del cuadro y sus rostros no son visibles; las víctimas, por el contrario, muestran plenamente sus rostros desencajados por el terror y, en el centro, la expresión vehemente del cuerpo en equis con una luz puntual que destaca el drama que se presencia.

La luz de la calma, la luz de la tragedia; el color de la paz, el color de lo dramático; el punto de visión de lo sencillo, el punto de visión de lo colosal; la pincelada de lo cotidiano, la pincelada de lo fantasmagórico. Pululan en el corpus goyesco ejemplos similares a los anteriores en los que se testimonia no ya un maestro del caos sino un creador que verdaderamente ha meditado mucho (por lo menos en sus mejores obras) acerca de cual debe ser la función de las formas en pos del efecto estético de su contenido.

La lección de Goya no habla del arte simplemente como testimonio de una época agitada, ni de la originalidad y sinceridad del creador. Nos habla de algo infinitamente más universal y permanente: el problema del arte no es de modernidad, ni de rebelión contra el status quo, ni de mimesis académica contra expresión moderna, ni de ideas contra destrezas, es mucho mas complejo: COHERENCIA.

Coherencia entre los elementos de la forma y el contenido.
Martí escribió en sus versos libres:
“Así como cada hombre trae su fisonomía, cada inspiración trae su lenguaje.”

Y si el problema del arte es COHERENCIA el resto es coyuntura.

Y punto.

Gustavo Rico Navarro

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